Así nació Plaza Pública. "La Universidad Rafael Landívar nos convocó a un grupo de periodistas experimentados y comprometidos con el país para crear un medio digital que aporte a la construcción y defensa de una democracia sólida, vigorosa, con ética y justicia social. Plaza Pública surge como periódico confiado a esta Universidad, con la que comparte el pensamiento social de la Iglesia católica, la visión del país y del mundo, sus valores y su perspectiva ética y social. Estos valores compartidos y cinco retos serán la base de nuestra línea editorial. Los cinco retos que guiarán nuestras publicaciones periodísticas y los análisis y debates que promoveremos serán: la lucha por la equidad social; la lucha contra la impunidad y la corrupción; la lucha a favor de la interculturalidad y contra toda forma de discriminación; la lucha por la preservación del medio ambiente; y la lucha contra la fragmentación social".
Algunos fuimos invitados a ser parte de este sueño y caímos rendidos ante su encanto, que aún hoy es legítimo. Aunque ahora viendo los toros de cerca, quizá me pondría quisquillosa con eso de compartir valores y perspectiva ética y social de la Iglesia católica; confieso que en aquel momento, ni le paré bola. Tal vez, ésta era la letra chiquita que hay que ver bien en todo contrato.
Recuerdo aquel primer encuentro, entre editores, columnistas y el Director de PzP. Sumidos en el entusiasmo y saboreando un buen shuco con coca cola, los columnistas hicimos algunas preguntas: ¿Qué libertad tenemos para tratar temas sexuales? ¿Se puede hablar en contra de la Iglesia católica o del Papa? Las respuestas no fueron muy complejas: A la Iglesia católica y al Papa se les puede cuestionar pero con respeto y buenos argumentos. Es mejor que no se hable a favor del aborto. Y el sexo se puede tratar, pero con seriedad.
Culpen a la menopausia si olvidé algo importante. Con estas directrices y seducidos por la idea general y el concepto inicial, todos decidimos darle vida a PzP. Como perfectos enamorados, nadie se percató de las vaguedades y de los pasos ciegos que se dejaban en las fronteras. Estaba claro el qué, pero se descuidaba el cómo.
Sin embargo, el día a día fue marcando los límites para los columnistas. Las reglas no eran del todo claras. Supongo que dependiendo de nuestra especialidad, algunos eran más o menos afectados que otros. Alguien que escribe de temas fiscales, nunca sintió el mareo
de la lancha.
Aquellos lineamientos generales planteados al inicio, se daban de golpes contra la realidad. Se aceptaron columnas que hablaban a favor del aborto, hasta en un editorial se trató el tema. Mientras que otros temas seguían siendo intocables.
¿Por qué se levantan las fronteras en unos lados y se bajan en otros? ¿Qué es respeto? ¿Quién define si son buenos argumentos? ¿Cómo entender la seriedad o la profundidad de un tema? ¿Cuál es la diferencia entre cuestionar y criticar?
Para mí, estas preguntas deben tener respuestas claras, transparentes para todos, que se apliquen por igual y que no dependan de las personas que están en el Consejo Editorial o del Director. Sólo así se puede garantizar la institucionalidad de PzP.
Tal vez estoy equivocada en este punto o tal vez sea “cansancio vulgar nada más”. Pero si no se definen estas reglas, yo prefiero bajarme de este carro. Confío en instituciones, no en personas.
Agradezco a Martin la confianza que depositó en mí, una aprendiz de columnista con algo de análisis, un poco erótica y con mucho de irreverente. Le doy gracias también a los editores, particularmente a Enrique, con quien he compartido risas y enojos. Y por supuesto, mi mayor agradecimiento a mis lectores que le dieron vida a Quitapenas.
Confío en la entereza y buen juicio de quienes conforman PzP, para llevar a buen término este impulso al cambio.
* Nota: la autora de la columna actualizó este texto a las 8.15 de la mañana.
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