Comparto con el analista que el repunte de Morales en cualquier encuesta es sorpresivo y que «cuando un sistema entra en crisis y cuando la ciudadanía cuestiona la oferta política, un no político o outsider tiende a repuntar electoralmente». Sin embargo, hay que matizar mucho esa afirmación y evitar que el simplismo y las visiones urbanocéntricas nos hagan especular más que analizar. Antes que nada, hay que partir del hecho de que Guatemala electoralmente, como en todos los demás aspectos sociales, no es un todo homogéneo y de que el simplismo urbano rural no da cuenta suficiente de sus marcadas diferencias. De ahí que el ejercicio de recolectar opiniones, particularmente políticas, resulte siempre complicado y en casi todos los casos equivocado. Recuérdese, por ejemplo, la abrumadora mayoría que daban a Pérez Molina casi todas las empresas especializadas, a tal punto que hasta hubo levantamientos que lo estimaban triunfador en la primera vuelta, cuando finalmente, a duras penas, llegó a 36.1% de los votos válidos.
La confusión estuvo, como insistimos en su momento, en considerar rurales a muchos ciudadanos que ya tienen prácticas y relaciones sociales urbanas y en descuidar así las grandes diferencias de opinión que pueden existir entre el oriente y el occidente, entre el altiplano y la costa, solo por mencionar los otros grandes ejes en que se fragmenta el país. El ejercicio de prever comportamientos es complejo a tal grado que de allí surgió la llamada sociología moderna, con sus corrientes marcadamente empíricas y cuantitativistas. Y medir intención de voto no es igual a medir el gusto por una u otra marca de refrescos embotellados. En España o Francia, las encuestas electorales se realizan por la vía telefónica, ejercicio mucho más eficiente que el de entrevistar transeúntes. En países marcadamente diversos como el nuestro, los únicos datos confiables son los que se levantan a domicilio estratificando el universo en varias poblaciones, lo que no se practica en las encuestas electorales por su alto costo.
Pero, dejando las cuestiones técnicas al margen, el fenómeno Morales, urbanocéntrico y altamente capitalino, no puede compararse con Beppe Grillo en Italia, como tampoco con Abdalá Bucarán en el Ecuador de 1996, aunque de ganar podría tener el mismo final. En el caso italiano, Grillo construyó toda una red informática que dio paso a una organización política totalmente diferente y eficiente, incapaz de gobernar y de hacer pactos, pero profundamente enraizada en la clase media italiana, la cual se vio, por primera vez en su historia, capaz de influir y decidir en la vida política de la organización y en consecuencia del país. Morales no tiene eso. Sus orígenes políticos se anclan claramente en sectores ultraconservadores y militaristas, como lo demuestra su vinculación estrecha al proyecto de Adela de Torrebiarte y su ADN, de quien fue candidato a alcalde por Mixco en 2011.
En esa oportunidad obtuvo 13 045 votos (7.9%), un poquito menos que los que sacó su candidata presidencial (18 779 votos y 0.42%). Con suerte y un buen trabajo de marketing político podría alcanzar ese puntaje a nivel nacional, si es que todos los capitalinos desencantados del PP, que ahora no encuentran por quien votar, y buen número de los simpatizantes de Suger se decidieran a ser rebeldes y votar por él, a pesar de que también López y Sosa pueden considerarse outsiders.
Aceptando, sin conceder, la validez total de los datos de la encuesta del Cacif, es necesario tomar en cuenta que, según nos informa Chicola, al momento del levantamiento de la encuesta, 3 de cada 10 encuestados no estaban convencidos de ir a votar y que 1.4 aún no sabían por quién iban a hacerlo, por lo que 4.4 electores de cada 10 no tienen candidato, porcentaje bastante parecido a la suma de los electores patriotas (36.1%), en su mayoría frustrados en sus expectativas, y de los que hace cuatro años votaron por Suger (19.6%).
El abstencionismo identificado en la encuesta, que bien puede ser alto en la capital y sus alrededores, no tendrá la misma dimensión en las demás ciudades, donde la elección de alcaldes moviliza muchas más pasiones, intereses y violencias que la presidencial. Resulta que es allí donde las clientelas y los recursos se disputan, particularmente en departamentos densamente poblados como Huehuetenango, Alta Verapaz o Quiché, y, puestos en las urnas, seguro emitirán también su voto para presidente.
Otro dato curioso de esa encuesta, por poco sólido, es el consistente 33.5% de leales a Baldizón, quien, de ser cierto eso, estaría superando con creces, a un mes de la elección, el piso que las elecciones de 2011 le asignan. Curioso es el dato porque estaría indicando que todo el desgaste sufrido dentro y fuera de los grandes centros urbanos no estaría haciéndole mella o que los votos perdidos allí los estaría recuperando, doblados, en otras localidades. Su crecimiento de aquí en adelante sería en consecuencia lento, con una tendencia a una posible baja. Porque lo que sí parece bastante posible es que la situación de Baldizón para la segunda vuelta cada vez más se asemeja a la vivida por Jorge Carpio, aunque a Morales no sea posible compararlo aún con Serrano Elías.
Finalmente, si bien es cierto que el descontento con los políticos y el sistema tiene decepcionados a los electores urbanos de Pérez Molina y muy probablemente a los de Suger, que en 2011 sumaron 55.1%, eso no sucede con los candidatos de los otros partidos, por lo que, restado el piso de Baldizón (22.7% en la primera vuelta de 2011), los demás no solo tienen a los suyos, sino también la posibilidad de captar la simpatía de esos electores, particularmente en los departamentos.
La suerte, pues, aún no está echada. Y si bien Morales puede estar vendiendo su éxito momentáneo entre los empresarios, la situación real solo la tendremos días antes de las elecciones. Y puede que algunos tiren su dinero al aire creyendo comprar seguras influencias en el futuro gobierno.
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