Aquí es, dando y dando

No es fácil ser un buen ciudadano en Guatemala. Serlo, es tanto o más difícil que ver florecer un lirio en un pantanal. Los buenos ciudadanos son también una especie en peligro de extinción.

Mes a mes en una especie de ritual aristotélico hago un inventario de buenas razones para despojarme de esos pesos que tanto me ha costado ganar. Firmo el cheque pensando en los niños hambrientos, en los analfabetos, en los enfermos. Lo hago sosteniendo la respiración y asida a esa esperanza absurda que se apaga frente al televisor y los noticieros.

¿Dónde estaba el Estado todas las veces que me asaltaron? ¿Qué hizo cuando solicité medidas de protección personal? ¿Qué hizo para asegurar la pensión de mis hijos, su educación y salud? ¿Qué hace para asegurar techos dignos, oportunidades laborales y un medio ambiente sano? ¿Cuándo me ha facilitado la vida? si hasta los trámites más simples los torna en pesadilla.

Sobre los fines del Estado, John Locke afirmó: “El grande y principal fin que lleva a los hombres a unirse en Estados y ponerse bajo su gobierno es la preservación de su propiedad”.* Esta propiedad debe ser entendida en su sentido amplio, es decir que incluye tanto lo material como todo lo que la persona posee, sus derechos y libertad.

De ahí que para Locke, cuando el Estado deja de cumplir con su obligación política, la obediencia desaparece. El Estado debe estar al servicio de los ciudadanos y sus actuaciones deben no sólo no disminuir sus libertades, sino potenciarlas. En este mismo sentido, Maquiavelo decía que “cada ciudad debe proporcionar los medios para que las ambiciones del pueblo puedan encontrar desahogo”.** Justamente, es el incumplimiento de esta función el que explica los altos niveles de conflictividad que nos aquejan.

Por mi parte, este Estado no me ha dado casi nada. Me persigno cada mañana y salgo de casa, librada a mi propia suerte, la cobija de las garantías constitucionales no alcanza para todos, es sumamente corta. Aquí los derechos a la vida, la seguridad, la justicia, la libertad y el desarrollo se compran.

Estoy frente a un Estado pecaminoso que por un lado admite que todos somos libres e iguales en dignidad y derechos, pero por el otro, mima al acaudalado, al corrupto y da correazos a las clases medias y pobres. No controla ni erradica la anarquía, más bien, la promueve.

¿Hasta dónde estirar la tolerancia? ¿Cuánto más debemos aguardar? ¿En qué punto la buena fe y la docilidad se convierten idiotez y nos hacen indignos?

Estoy cansada de pagar los favores políticos de campaña, de mantener burócratas gorrones, de financiar las fiestas y los viajes de los pachucos politiqueros. Me exaspera este sistema tributario injusto e insostenible, diseñado al mejor estilo feudal y más aún, que no haya quien le haga frente con valentía y responsabilidad. Reniego de tener que alimentar este monstruo vicioso que más que libre me hace esclava, y más que ayudarme, me abusa, limita y entorpece.

Estoy convencida de que hay un límite en el que la indulgencia deja de ser una virtud. Bien haríamos los ciudadanos en preguntarnos cuál es el nuestro.

*Segundo Tratado sobre el origen, extensión y fin del Gobierno Civil.

** El príncipe