Viajando se (re)aprende y lo más revelador, es que permite reencontrarse con las raíces propias, comparar y ponderar los contextos histórico-sociales de los lugares de los que procedemos para transformarlos de ser necesario, y evidenciar que si bien pueden haber diferencias explícitas, también hay similitudes y lugares comunes inexorables que nos acercan como humanos. Los periódicos locales, por ejemplo, pueden ser auxiliares entretenidos en esta tarea. Así lo he experimentado cuando he recorrido el territorio patrio por motivos profesionales e inquietud personal; o simplemente de turista, como cuando tuve la suerte de pasear por la provincia de Columbia Británica en Canadá la semana pasada.
No hay paraíso para las mujeres. Como es sabido, Canadá es un país de renta alta, miembro del poderoso G-8 y ocupa un honroso décimo primer lugar en el Índice de Desarrollo Humano. Así lo demuestran las altas tasas de escolaridad y el disfrute de una vida larga y saludable de calidad. Incluso la paridad de género es envidiable. Pero en medio de la belleza natural de esa provincia montañosa bañada por el océano pacífico, en menos de dos días, descubro un anuncio en uno de los buses y un artículo de prensa en la sección de negocios que me dejan atónita. Resulta que la suerte de las mujeres contrasta con dicho desarrollo económico y social. Según un estudio sobre brechas de género del Centro Canadiense para Políticas Alternativas (CCPA por sus siglas en inglés), la violencia contra las mujeres, incluyendo asalto sexual, no solo las limita para avanzar en sus carreras, sino también le cuesta a la economía canadiense $1.9 billones al año.
Según el reporte, siete de diez mujeres en la fuerza laboral indican que han experimentado violencia conyugal. Al igual, la Fundación de Mujeres Canadienses estima que 50 por ciento de las mujeres sufrirán un acto físico o sexual de violencia. Estos porcentajes son altísimos para una sociedad en apariencia tranquila, donde los índices de criminalidad se encuentran en descenso. Sin embargo, alienta saber que la empresa privada – quizás más por pragmatismo y rentabilidad -dentro de un concepto de responsabilidad social empresarial bastante incluyente, ha tomado cartas en el asunto y hay un movimiento de hombres empresarios con mensajes de concientización y prevención contra este tipo de violencias. Incluso, más de alguna compañía provee ayuda financiera para albergues de mujeres y servicios en las comunidades donde operan. Según uno de los empresarios, mientras más se ventila el problema, mayores son las posibilidades de un cambio (positivo).
Lamento pan-latinoamericano. Canadá también tiene mérito por ser un país que cuenta con políticas multiculturales exitosas. De hecho, su “marca de país” publicita que valora la diversidad de toda índole. Comiéndome una empanadita chilena en un cafetín, empiezo a ojear un semanario latino, que a la par de ciertas noticias (incluida una que titula “Empresarios de Guatemala rechazan moratoria minera”), contiene un par de columnas sobre los nuevos inmigrantes latinoamericanos. Me parece déjà-vu cuando leo la frustración que produce en algunos los obstáculos para la convivencia y unión de los inmigrantes latinos. Una encuesta señala al menos tres: origen nacional o étnico, clase social y orientación política. A decir de uno de los comentaristas, cada grupo reclama privilegios mientras que las típicas divisiones ideológicas vividas en los países de procedencia, los prejuicios y la hegemonía de grupos nacionales mayoritarios sobre los minoritarios entorpecen el diálogo y la prosperidad como grupo.
Así pues, desmantelar sistemas de opresión como el patriarcal, o mejorar los canales de integración e interculturalidad en comunidades migrantes, son problemáticas globales. Lo único que cambia es el contexto, la institucionalidad existente y la manera cómo decidimos ajustarlos. Se me ocurren tres: potenciar las posibilidades de agencia y desarrollo pleno de los individuos y comunidades; persistir en el diálogo con reglas y propósitos claros; la búsqueda de consensos por la vía democrática. ¿Usted qué opina?
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