La operación Justicia infinita había dado inicio con la marcha por el desierto de las divisiones blindadas que buscaban Basora, Bagdad y otras ciudades, al amparo de una indiscutible superioridad aérea.
Diez años después, una cadena de atentados en Bagdad y otras ciudades, sirvió como recordatorio del aniversario. Más de 60 personas murieron en esta conmemoración de cómo las democracias occidentales decidieron pasar por alto las normas del derecho internacional, para acabar con el régimen de un dictador, que meses después sería encontrado en un agujero, condenado a la horca y ejecutado. En los años siguientes vinieron los abusos de Abu Ghraib, el vídeo filtrado por Wikileaks, de los soldados americanos disparando desde un helicóptero Apache contra civiles que caminaban en la calle –incluyendo periodistas con sus cámaras–, y el ataque contra la sede de las Naciones Unidas en Bagdad, en el cual murieron 22 personas, incluyendo a Sergio Vieira de Mello, quien tal vez era el mejor candidato a suceder a Kofi Annan.
El inicio de la invasión me encontró, como a muchos otros, frente al televisor, en mi asignación de casi un año en Quiché, trabajando para Naciones Unidas. La señal de la televisión española repetía las concentraciones en contra de la guerra en diversas ciudades del mundo. El vídeo de “Boom” de System of a Down se repetía frenéticamente. La indignación por una guerra altamente impopular parecía cubrir el globo. O al menos eso es lo que quería creer.
La ciudad de mi asignación era por entonces, y supongo que tal vez lo sigue siendo, uno de esos lugares en las cuales todo cerraba temprano. Las 7h30 era el límite para el funcionamiento de los negocios locales, con excepción hecha del gimnasio, instalado en lo que era una casa de familia, en la cual habían acomodado varios aparatos y pesas en el primer nivel. En ese espacio, convergíamos usualmente cuatro personas: dos ex presidiarios, el abogado que los había defendido, y yo. Y al día siguiente de la invasión, mientras todavía mi cerebro no acaba de acomodar la información sobre los bombardeos y las marchas multitudinarias en Madrid, Melbourne o Roma, la siguiente conversación entre mis compañeros capturó mi atención:
- ¿Viste los bombardeos anoche, vos?
- Sí, ¡calidad, vos! respondió otra voz, sin dejar de trabajar los bíceps.
Esa fue una dosis gratuita de ubicación en la realidad. La guerra sucedía lejos, y todos la podían ver a través de la Tv. Y era como tal, un espectáculo más, tal cual como las telenovelas, el fútbol, o los programas de concursos. Diez años después no han cambiado mucho las cosas. La Tv y el internet son los medios para introducir en los hogares la congestión en las horas pico del tráfico, los asesinatos de pilotos de autobuses, los atentados en Iraq y los vídeos sexuales de funcionarios públicos. Todo pasa allá afuera, en algún sitio, y le sucede a alguien más.
Pese a que cada nuevo escándalo político parecería mucho más grave que el anterior, urge recuperar el apetito por lo público y evitar que la política generé anticuerpos. Recuperar la capacidad de asombro y la habilidad de usar voces y votos es fundamental para crear un punto de inflexión.
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