Necio e insistente a que este instrumento fuese aprobado, fue claro en afirmar que si llegara a quedar el que este año han ejecutado con suma dificultad y con marcada opacidad, “sería difícil de fiscalizar”. Con esas pocas palabras, el Presidente militar nos ha hecho saber a la ciudadanía que de su parte no hay la menor disposición a fiscalizar la manera como sus subalternos ejecutan los gastos si los diputados de la oposición no le complacen en aprobarle el presupuesto altamente desfinanciado que él les ha enviado. En el piso, y en pedazos, han quedado su tan anunciada honestidad y mano dura, temas de los que hizo hincapié en su dispendiosa y millonaria campaña electoral. Ahora, ya ungido señor y soberano de los recursos públicos, sin la menor vergüenza nos dice que la ejecución de un presupuesto en el que tendrían que hacer muchas transferencias sería mucho menos fiscalizable que la ejecución de un presupuesto aprobado.
Resulta que su partido, cuando oposición, dejó al Ejecutivo de entonces sin presupuesto aprobado, y para entonces, como opositores, no se les escuchó decir que era necesario aprobarlo porque de no hacerlo quienes lo ejecutarían lo harían con muy poca fiscalización.
La incongruencia en esta materia es más que impresionante, teniendo como corolario que, de nuevo, se juegue con la legitimidad y autonomía del Congreso de la República. Con todo el cinismo del caso, la discusión no se estableció en la Comisión de Finanzas, sino en publicitadas reuniones secretas entre los distintos jefes de bloque. El otrora súper poderoso presidente de la Comisión de Finanzas del Congreso es, en esta legislatura, un peón más de las disposiciones e imposiciones del Sultán. Sin ninguna habilidad política, el militar que obtuvo apenas 36% de los votos en el primer turno electoral insiste en gobernar por decreto, imponiendo el ser y hacer de la Cámara legislativa y si bien dice no tener recursos para llegar al final del año si no se le aprueba un préstamo, despilfarra cuantiosas sumas en publicidad para auto promoverse y promover a su futuro candidato presidencial.
Se habla que los diputados que obedientemente votaron para que se aprobara el millonario préstamo recibieron una no despreciable suma de dinero. El Presidente ni siquiera lo niega, y el secretismo de las reuniones de los jefes de bloque, con la migración intempestiva de algunos diputados de una a otra bancada hace plausible tal hipótesis.
Incoherente, el Jefe del Ejecutivo, cuyo cargo por cierto es temporal, no logró ponerse de acuerdo con su vicepresidenta, con quien si bien es capaz de poner las manos al fuego (no dice por cuento tiempo) para demostrar su honestidad no logra que sintonicen en los temas cruciales de la vida institucional. Mientras él insistía en que no se puede rebajar un solo centavo a la Iniciativa de Ley de Presupuesto 2014, con gritos y gesticulaciones agrias de por medio, ella, más cauta, se animó a decir que la reducción podría ser un tema de discusión con la oposición.
Los recortes supuestamente fueron presentados por la bancada del partido Todos en una contrapropuesta a la iniciativa de Ley. Sin embargo no la compartieron con sus colegas, mucho menos intentaron llevarla a discusión a la Comisión respectiva, la que, por cierto, no fue convocada para discutir ese u otro temas conexos.
Pero ella la conocía y se propuso como interlocutora para lograr la rebaja. Curiosamente fue esa bancada, ya aumentada por la defección de algunos diputados de sus partidos originales, la que sin mayor comentario se plegó abiertamente para la aprobación del préstamo.
La vicepresidenta aceptaba reducciones, siempre y cuando no se afectara a sus aliados del Sindicato de Trabajadores de la Educación -STEG-, pues conoce lo furiosos que pueden ser sus dirigentes si sus metas políticas fallan, a pesar que ahora ya se codeen y traten de “vos” con lo más granado y público del G-8. Ella caminaba en las cuerdas de la conciliación y la negociación, su Jefe, el Presidente con ínfulas de Sultán, tosco y duro, destapó su incapacidad para controlar la honestidad de sus subalternos.
La evidente falta de recursos reales para financiar un presupuesto mucho más elevado que el de 2013, cuando la experiencia de la baja recaudación es un dato duro y no parece ser simplemente un problema momentáneo, parece no haber reducido la voracidad del Presidente y sus más cercanos.
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