Eran muchos, innegablemente varias decenas que superaban el ciento. A pesar de la algarabía que sus conversaciones armaba no me parecieron bulliciosos, sino tal vez hasta discretos en el hablar. Todos parecían tener la sonrisa en los labios, y tanto ellas como ellos mostraban una frescura en el mirar que de golpe me dejó entusiasmado.
En su inmensa mayoría pertenecen a un grupo social que ha ascendido en la escala social, pues apenas algunos de sus padres concluyeron la enseñanza media. Ya no son pobres, pero luchan desesperadamente por mantenerse en ese amplio y amorfo sector llamado clase media. Todos vestían con simplicidad, y hasta los que usaban saco y corbata denotaban la limitación de sus recursos y posibilidades. Ninguna de ellas parecía llevar ropa de marca, las imitaciones y ropas de baja calidad se notaban en casi todas, lo que sin embargo no les impedía imprimir cierto toque de distinción, belleza y frescura a sus maneras y figuras. Si algunos se habían apresurado a ocupar los primeros asientos en pupitres pasado de moda e incómodos, otros se arremolinaban en mesas de concreto que, dispuestas en desorden ante las puertas de accesos de los edificios, servían a unos de escritorio y otras de apoyo para digerir alimentos que, simples y populares, parecían calmar el hambre de quienes aún a esas horas parecían no habían almorzado.
Siguiendo la tradición o la costumbre, casi ninguno hacía gala de portar libros. Todos tenían cuadernos de notas y una que otra fotocopia del capítulo de textos mucho más extensos, alrededor del cual parecían discutir y establecer conclusiones. Sus ingresos no dan, seguramente, para comprar los libros originales, y no conozco hasta ahora una política institucional que permita abaratar los costos para proveerlos a todos. Así que sin saber que se dice antes y después del capítulo que estudian, se quedarán con conocimientos parciales y desconectados.
Era notorio el entusiasmo con el que esperaban a sus profesores, como evidente era que estaban allí con la ilusión de conocer un poco más y obtener más adelante un título que, supuestamente, les mejorá los escasos ingresos que ahora obtienen. La cuarta parte de ellos no cabría en una sala de lectura tradicional de una biblioteca, y me asaltó la duda si los docentes serían capaces de aprenderse el nombre de la décima parte de sus alumnos. A los que interrogué fueron amables conmigo, y al solicitarlo me indicaron que, evidentemente, estaba perdido pues el edificio que buscaba estaba un poco más alejado.
Los jardines estaban limpios, con flores de sencilla belleza como la que los estudiantes irradiaban. Las vías de acceso estaban repletas de automóviles, aunque según un docente con quien luego conversé, sólo un poco más de 10% de todos los estudiantes poseen uno. Aun así, apenas si hay espacio para otro vehículo, y no pude sino pensar en cómo se resolverá en el país en el corto plazo la cuestión de los espacios públicos, si el transporte no se resuelve como una cuestión de Estado y no de simples usufructuarios de subsidios. Si cuando llegué los autobuses, decrépitos y destartalados entraban saturados de estudiantes, al salir el panorama era mucho más intenso: la fila de automóviles se movía lentamente y los autobuses, bulliciosos, hacían malabares para funcionar y avanzar.
Es evidente que el campus de la zona 12 ya es insuficiente para toda la masa de estudiantes que en él se reúne. Como también resulta evidente que los recursos físicos y pedagógicos con los que los docentes cuentan son insuficientes para realizar una adecuada y efectiva formación profesional. Es imposible imaginar que más de cien personas, aglomeradas en salones diseñados para 60 o 70, tengan la posibilidad de adquirir conocimientos significativos en momentos cuando ya sus energías y capacidades han sido dejadas en los centros de trabajo.
Ellos y ellas se esfuerzan y, entusiasmados se dedican para intentar mejorar su preparación, pero tanto estudiantes como docentes saben que más que buscar conocimientos, el esfuerzo está centrado en obtener una credencial que, al menos les haga creer, con ella les será un poco más fácil obtener los ingresos mínimos para una vida relativamente digna.
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