Ser mujer y salir a la calle es exponerse al más grosero de los concursos de piropos. Si una mujer adulta se siente intimidada ante el acoso callejero, no puedo imaginar lo que deben de sentir las niñas al percibir las miradas lascivas de hombres desconocidos puestas sobre sus emergentes pechos, que ya por naturaleza son cambios que nos producen inseguridad.
Decidí hacer un sondeo del sentir de los jóvenes y de las jovencitas de mi comunidad, área urbana de la cabecera municipal de Purulhá, Baja Verapaz, cuya población es, en alto porcentaje, de origen maya q’eqchi’. Según los muchachos entrevistados, piropear es todo un arte en el que se inician muy jóvenes y que perfeccionan con el tiempo. Alguien me decía que, cuando salen de clases, los mayores los invitan a ir a chulear patojas y que los muchachos van con la convicción de que alguna vez podrían tener suerte, de modo que la jovencita chuleada accedería a un encuentro. Aunque a usted, estimado lector, le parezca iluso, la mayoría de los jóvenes con quienes conversé al respecto creen que lo lograrán.
De las jóvenes entrevistadas pude obtener datos reveladores. Todas las chicas manifestaron haber sido acosadas a partir de los diez años. Todas manifestaron que el acoso las hace sentir incómodas y que sucede hasta en su propio barrio. Todas manifestaron haber sido (ellas o una acompañante) atajadas, agredidas, o haber sufrido algún ataque que amenazó su integridad física.
«No me gusta salir a la calle a comprar porque algunas personas no nos tratan con respeto. Me dicen cosas que me hacen sentir avergonzada de mí misma. Tal vez nos molestan por cómo somos de nuestros cuerpos nosotras las mujeres. A mí me gustaría decirles que lo que hacen no es correcto» (Rosaly, 11 años).
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«En la calle es bien difícil andar. Cuando salgo, me dicen que estoy poniéndome bonita. Y a mí me dan ganas de gritarles porque me hacen sentir mal» (Camila, 12 años).
«En la calle hay hombres peligrosos que me hacen sentir insegura. Cerca de mi casa se ponen muchos. Yo trato de no ponerles atención. A una mi amiga y a mí nos preguntan en dónde vivimos [y nos dicen] que nos vemos bonitas, que si queremos ir con ellos» (Estefanía, 10 años).
«Cuando salgo a la calle con otras niñas, los hombres nos dicen cosas feas y me dan ganas de regresarme a mi casa corriendo. Nos molestan y nos dicen cosas de nuestro cuerpo. Yo he visto cómo a una mi amiga la obligaron a besar a un muchacho que es su novio. ¡Pero la obligaron! A mí no me han tocado» (Yamileth, 12 años).
«No me gusta ir al molino porque siempre me gritan cosas feas y a mí no me agradan. Me siento insultada. A mí me molestan desde que tengo diez años, y una vez hasta me agarraron de la mano» (Nicté, 12 años).
La sociedad está cambiando, y es por ello que debemos buscar generar conciencia de que el piropo es acoso y una manera de violentar psicológica, física y sexualmente a las mujeres. El acoso es una forma de intimidación muy difícil de comprobar legalmente. Sin embargo, no vamos a permitir que persista y muchísimo menos que se justifique. Tenemos que seguir luchando de todas las maneras posibles para abrir espacios de denuncia, alzar la voz y poder salir a las calles sin miedo, sin tener que vivir en un estado de alerta perenne o cuidarnos siempre, como si estuviéramos en guerra.
Queremos espacios públicos donde todas podamos estar seguras. Queremos poder llevar una vida sin que la mayoría de los hombres se sientan con el derecho de acosarnos, violarnos y hasta matarnos. Porque debemos precisar: no todos los hombres son acosadores. Conozco muchos que son muy gentiles y correctos. No, no son todos, pero sí son los suficientes como para que todas las niñas de mi comunidad, mis amigas y mis conocidas hayan sido acosadas a partir de los 10 años.
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