Sin duda, algunas de estas personas fueron detenidas en algún paraje cercano a la frontera y luego deportadas de manera rápida, sin respeto a sus derechos y sin juicio. Otras fueron deportadas por haber cometido alguna infracción. Y otras más —quizá las más—, por haber estado en el lugar equivocado en el momento incorrecto.
Las historias son múltiples y los oídos pocos. La deportación quiebra familias, fragmenta relaciones sociales, incrementa la desconfianza, genera pérdida de ingresos familiares y causa mucho dolor.
El deportado es eso: un expulsado, arrancado de donde quería estar. A algunos de ellos los llaman retornados voluntarios, pues prácticamente escogieron renunciar a los derechos de un juicio justo, ya sea porque no tenían ni idea de que les asistía el derecho, ya porque el tiempo que toma es tan largo que se desesperan de estar en prisión —en el centro de detención, con mayor propiedad—. Los deportados tienen prohibición de regresar al país del cual fueron expulsados —aunque la temporalidad varíe—, es decir, cortan toda posibilidad de regresar por la vía legal sin importar que hayan sido ciudadanos ejemplares.
La deportación es un acto violento. Lo es porque generalmente ocurre para la sorpresa de quien es detenido. Hay detenciones en las cuales, con todo lujo de fuerza, se despliegan hasta helicópteros para amedrentar a quienes están llegando a la frontera estadounidense. Y como en una película acorralan a los inmigrantes muertos de miedo, que piden que no disparen contra ellos en medio del desierto. Pero también hay detenciones que ocurren en un día común y corriente. He escuchado historias de deportados que fueron detenidos porque el vehículo en el que se transportaban no llevaba un stop —una luz trasera— o por infracción de tránsito y ¡hup! Sin más derechos son enviados al centro de detención, donde las autoridades se percatan de su estatus de indocumentados.
Para muchas mujeres que he conocido, el mayor de los miedos es que las detengan en las calles y no puedan regresar a recoger a sus hijos en las guarderías o en sus casas. Los casos más injustos son probablemente aquellos en los que, pese a las citaciones en los juzgados, las madres no aparecen para defender sus derechos ¡porque ya fueron deportadas! Sin embargo, no son las únicas formas de separar. Padres y madres son diariamente separados de sus hijos de múltiples maneras.
Hay muchas de estas tragedias que podrían ser prevenidas con información o con una buena asesoría jurídica. Hay, además, esperanza con el anuncio del presidente Barack Obama de dar beneficios a cerca de cinco millones de indocumentados. Hay acciones sencillas que podrían paliar algunos de los problemas de la deportación.
Por ejemplo, se ha insistido muchísimo en decirles a los migrantes —sobre todo a los indocumentados— que inscriban a sus hijos también en sus países de origen, y no solo en Estados Unidos, o que designen legalmente a quién —en caso de su detención— dejan la custodia de sus hijos. Entre los miles de latinos documentados o no que viven en Estados Unidos hay muchas redes, organizaciones y personas particulares que solidariamente cumplen con el rol de divulgar esta y otra información.
Hay, además, acciones legales y de asesoría consular que podrían hacerse a favor de los guatemaltecos en Estados Unidos que podrían ayudarlos, beneficiarlos en sus procesos y en sus juicios. Hay ciertos beneficios en las leyes estadounidenses que podrían ayudar a nuestros connacionales, incluida la información sobre lo distinto que es ser indocumentado en uno u otro estado.
Por ello, el anuncio que se ha hecho de abrir nuevos consulados de Guatemala en Estados Unidos es, en este contexto, bastante atinado y puede ser esperanzador. Si bien sería excelente el impulso de una reforma integral en Estados Unidos, es importantísimo hacer énfasis en la nueva inversión pública: es necesaria y debe ser en beneficio de las personas, de acuerdo con el propio objetivo operativo 1 del Ministerio de Relaciones Exteriores de Guatemala de brindar asistencia, atención y protección consular a los guatemaltecos.
Los consulados deben brindar servicios y atención a los guatemaltecos y a las guatemaltecas que no viven aquí. Es su derecho. Sin embargo, lo es también que el Estado de Guatemala se relacione con otros Estados en términos de equidad y priorice el desarrollo de las personas por encima del dinero. Los nuevos consulados son, sin duda, un primer paso. Ojalá que este y los que vienen sean efectivos.
Fuente: López y Rivera, 2014. Actualización: DGM.
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