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¿Ollanta o Fujimori en Perú?

Tal sentido de complacencia e incluso triunfalismo – Perú fue denominado “estrella en ascenso” – fue una afrenta a muchas personas cuya situación mejorada aún se sentía alejada de la bonanza nacional.
Mario Vargas Llosa, premio Nóbel de Literatura, describió la elección como tener que elegir entre “cáncer terminal y SIDA”.
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¿Ollanta o Fujimori en Perú?

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En una reunión de líderes del hemisferio en Lima, Perú, a horas de los ataques del 11 de setiembre de 2001, el entonces secretario de Estado estadounidense Colin Powell firmó la Carta Democrática Interamericana.

(Por Michael Shifter*)

El país andino acababa de salir de una década de mandato autoritario por parte de Alberto Fujimori. Era el momento y lugar indicado para que los gobiernos se abocaran al apoyo de los principios democráticos.

Sin embargo, actualmente muchos quienes han apoyado a la democracia peruana se encuentran desilusionados. A 10 años de la firma de la Carta, el país tendrá a alguien en la Presidencia con credenciales democráticas sospechosas. Las de por sí débiles instituciones peruanas serán puestas a prueba.

El 5 de junio, los peruanos decidirán entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori en la segunda vuelta electoral. En la primera vuelta, Humala, oficial militar retirado que ha sido acusado por grupos de derechos humanos y quien casi ganó la Presidencia del Perú en 2006, obtuvo casi 32% de los votos. Fujimori, cuyo padre, el ex presidente Alberto Fujimori que purga condena de 25 años por corrupción y abusos a los derechos humanos, obtuvo algo más del 23%. Mario Vargas Llosa, premio Nóbel de Literatura, describió la elección como tener que elegir entre “cáncer terminal y SIDA”.

Lo que resulta sorprendente acerca de la oferta electoral es que por los estándares convencionales económicos y sociales, la actuación de Perú en los últimos años ha sido ejemplar. El crecimiento económico ha tenido un promedio de 7% anual en la última década, el porcentaje más alto en América Latina, mientras que la tasa de pobreza cayó de 50% a 34%. Incluso la aún amplia brecha entre ricos y pobres se ha achicado. Un buen manejo económico y suerte – Perú ha aprovechado el boom de las materias primas – son responsables por dicho éxito.

Muchas personas asumieron que el impresionante resultado económico traería la moderación y estabilidad política que los vecinos del Perú – Brasil, Colombia y Chile –han disfrutado. Cabe resaltar que casi 45% del electorado peruano dividió su voto entre tres opciones del centro, pero un fragmentado sistema partidista y la incapacidad de apoyar una candidatura única resultaron caros.

Aún así, el resultado desafía la premisa que una buena economía y buenas políticas son inseparables. También refuerza la visible paradoja del Perú: alto crecimiento y reducción de la pobreza vs. profunda apatía política. En los últimos cinco años, el índice de aprobación del presidente peruano Alan García pocas veces ha sobrepasado el 30%. En varias encuestas regionales se ha determinado que la confianza en los políticos se encuentra en uno de sus niveles más bajos.

Aunque algunos de los frutos del crecimiento se esparcieron, el gobierno demostró poco interés en llevar a cabo una verdadera reforma social y lidiar con las quejas de los pobres del Perú. Con una economía en ebullición, la ausencia de la redistribución como la principal prioridad es inexplicable. La lección para la clase política peruana es clara: los avances económicos deben traducirse en servicios públicos eficientes y políticas destinadas a cubrir las necesidades de los ciudadanos comunes.

Tal sentido de complacencia e incluso triunfalismo – Perú fue denominado “estrella en ascenso” – fue una afrenta a muchas personas cuya situación mejorada aún se sentía alejada de la bonanza nacional. La corrupción rampante y abierta aumentó el resentimiento público hacia el gobierno y el sector privado. Un alza en las tasas de crimen y un aumento del narcotráfico ayudó a que aumentara el descontento.

Fujimori y Humala entienden el ánimo del país. Fujimori, quien se refirió a su padre como el mejor presidente que haya tenido el Perú, posee un voto duro que le acredita el haber controlado la hiperinflación y hacer derrotado a brutales guerrillas en la década de los 90. Aunque su presidencia terminó en trauma y desgracia, Alberto Fujimori tenía un toque populista y aún es recordado con cariño por 20% de la población.

Humala ha llevado a cabo una disciplinada campaña, enfatizando la temática nacionalista y aprovechando la frustración con la política tradicional y un deseo por cambio. Su retórica se ha moderado en comparación con las elecciones de 2006, cuando se juntó a Hugo Chávez de Venezuela (una de las razones por las cuales perdió). En esta oportunidad Humala sabiamente se ha distanciado de Chávez. Se ha beneficiado de consejeros cercanos al Partido de los Trabajadores (PT) del ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y ha adoptado soluciones más pragmáticas a los males que aquejan al Perú. También ha declarado que desea tener buenas relaciones con Washington.

Los peruanos tendrán que juzgar si Humala ha cambiado de verdad, si continuará con el progreso económico de Perú y si respetará las instituciones democráticas; así como si Fujimori se adherirá a la normativa constitucional y si llevará a cabo un gobierno razonablemente honesto. Ambos están buscando el centro político e intentan atraer a la creciente clase media peruana. Las últimas encuestas apuntan a una contienda cerrada. Fujimori actualmente cuenta con una ligera ventaja. Vargas Llosa apoya a Humala, aunque “triste y con miedo”.

Aunque es poco probable que haya resultados terribles, estas elecciones son un riesgo para la democracia peruana. En la presidencia, tanto Humala como Fujimori podrían estar tentados a llevar al Perú al autoritarismo venezolano o nicaragüense. Dicho camino sería especialmente triste debido a los gigantescos avances que Perú ha llevado a cabo en los últimos años.

Director del Diálogo Interamericano.

Publicado en The Washington Post y Confidencial.com.ni

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