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El fuego que nunca se apaga: Momostenango, sus altares, y las espiritualidades amenazadas

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El fuego que nunca se apaga: Momostenango, sus altares, y las espiritualidades amenazadas

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La espiritualidad maya y sus diversos conocimientos y prácticas están más vigentes que nunca, y Momostenango es probablemente uno de sus centros más importantes. A pesar de ello estas prácticas están constantemente amenazadas por la ignorancia, la corrupción o de plano la intolerancia abierta. Este ensayo discute la profundidad histórica de esta espiritualidad, el rol central de Momostenango y sus ajq’ijab’, y recientes ataques que atentan contra especialistas y altares.

Su nombre Náhuatl desde tiempos precoloniales nos indica la importancia mesoamericana del poblado: Momostenango, de momoztli «altar», y tenam(co) «lugar amurallado» (o centro poblado defensivo), era desde la época precolonial un centro ritual y de probable peregrinaje más allá del Altiplano y del área maya. Era de tal magnitud que los aliados centromexicanos de los españoles lo conocían como «lugar de los altares», una especie de meca espiritual mesoamericana, un lugar con una profusión de espacios para la comunicación entre personas, antepasados, cerros y diversas entidades sagradas.

Y su fuerza ritual y espiritual continúa: Momostenango, Totonicapán, sigue siendo el centro neurálgico de la ahora conocida como «espiritualidad maya», un conjunto de prácticas, criterios ético-morales, cargos y disciplinas varias que conjugan toda una serie de espiritualidades pre y postcoloniales propias de los pueblos originarios, particularmente los mayas. Estas prácticas tienen diversas expresiones pero fundamentos comunes entre sí. De Momostenango es la icónica celebración del 8 (Wajxaqib’) B’atz’, la fiesta de renovación de los cargos y misiones de los ajq’ijab’ o guías espirituales mayas, y que ahora es una celebración panmaya generalizada.

A pesar de su importancia evidente, cada cierto tiempo autoridades, personas individuales o ambos están buscando destruir, vedar el acceso o cuestionar la existencia de los altares de la espiritualidad K’iche’ (o espiritualidad maya) en Momostenango. Las amenazas provienen tanto del interior de la comunidad (de personas que no comparten, no practican o de plano están en oposición a la espiritualidad maya) como de la confluencia de otros intereses políticos, económicos, religiosos, y atacan los centros rituales de esa espiritualidad. Una espiritualidad que, a diferencia del cristianismo dominante en el país, no busca atraer adeptos ni imponer sus creencias, sino mantener sus espacios de práctica religiosa-espiritual.

Fenómenos como el racismo, que combina aspectos étnico-culturales pero también profundamente religiosos intolerantes, ningunean y minimizan la fuerza e importancia del kojonik («creencia» en K’iche’) y su derecho a coexistir junto a otras prácticas espirituales y religiosas. Sobre todo, porque antes del cristianismo mismo, el kojonik tenía ya miles de años de existir en estos territorios.

En este ensayo quiero señalar la importancia de Momostenango como centro de primer orden de la espiritualidad maya precolonial, colonial y contemporánea, y las amenazas que han sufrido sus prácticas y lugares ceremoniales. Y, sobre todo, deseo mostrar cómo pese a una filosofía y práctica de tolerancia y apertura, cada cierto tiempo son el centro de amenazas o atentados. El último caso, el atentado material al Ch’uti Sab’al (o Alaj Sab’al o Pasab’al), uno de los altares momostecos cruciales, ahora amenazado de destrucción por la negligencia, desconocimiento o quizás la mala fe de autoridades y particulares. No es la primera amenaza de este tipo, ni la más fuerte y, con seguridad, el fuego sagrado en Momostenango seguirá fuerte, como antes, como siempre[i].

Las ventanas del fuego: Momostenango como núcleo de la espiritualidad maya

En Momostenango todos saben quién fue Diego Vicente. Como héroe cultural, Vicente era heredero de un antiguo alaxik o familia, que a su vez dirigía el poderoso y guerrero amaq’ Nija’ib’, que tomó el área de Momostenango - entonces Palotz’ Tzaqib’ala, Chwa’ Tz’aq - en algún momento entre los siglos XI y XII de nuestra era.

Su familia, además, había escrito algunos de los títulos coloniales tempranos más famosos que conocemos: los Nija’ib’, que han tenido varios nombres según el autor[1], y que relatan la importancia regional de Momostenango como una de las capitales del winaq o Estado K’iche’ de Q’umarkaj, y su continuación como centro de primer orden durante el régimen colonial español.

Pero Diego Vicente también es recordado por otra cosa: se encargó de construir (o ratificar, o ampliar) el estatus de Momostenango como un centro cultural, político y económico de los K’iche’[2], incluso practicando la espiritualidad propia en un momento en que se perseguía tal cosa. De allí que su origen familiar guerrero y comerciante se combinara con la práctica espiritual K’iche’, un rasgo que podemos usar para definir la historia misma de Momostenango como comunidad.

Tenemos pocas referencias a las prácticas espirituales K’iche’ en Momostenango durante el período colonial. A excepción de la indirecta a Diego Vicente y su tenacidad espiritual, hay pocos datos que nos muestren un uso constante de altares, instrumentos rituales y la existencia de ajq’ijab’ o especialistas rituales en ese momento.

Sin embargo las referencias regionales son bastante claras: Robert Hill menciona cómo, a inicios del siglo XVIII, un conflicto entre dos K’iche’ de San Miguel Totonicapán escaló al punto de utilizar complejos rituales mayas para atacarse los unos a los otros[3], mientras el arzobispo Pedro Cortés y Larraz resalta en sus visitas a Totonicapán y Quetzaltenango la existencia de «idolatrías» en la región y, en el último lugar, incluso el hallazgo y decomiso de un calendario ritual propio, probablemente el ahora conocido como Calendario K’iche’ de 1722[4].

Probablemente el hecho de que la región (K’iche’ occidental) fuera después del Valle Central de Santiago de Guatemala la región económicamente más próspera y políticamente más influyente, inhibía a los sacerdotes católicos locales de disgustar demasiado a las poblaciones K’iche’, las que comandaron algunas de las rebeliones indígenas más grandes y de más hondo calado en los tres siglos coloniales, que terminaron con el extenso período de agitación y desobediencia civil entre 1800 y 1820[5].

Como dije, la toponimia Náhuatl de Momostenango es quizá el mejor indicador de la fuerza y calado temporal de las prácticas de la espiritualidad K’iche’ en ese territorio. Es común, para el visitante primerizo, asombrarse ante la profusión de promontorios de tiestos quemados que asoman entre la maleza, con pequeñas ventanas y casi siempre con algún fuego encendido o humo de ceremonias recientes.

Estos «quemaderos» o porob’al en K’iche’, proliferan interrelacionados con el paisaje cultural y natural de Momostenango. A la vez es común encontrar decenas de tiendas de materiales ceremoniales, y en el municipio moderno, y en pueblos vecinos, se manufacturan buena parte de las candelas, pom, estoraque y otros implementos rituales utilizados en estos altares.

Algo tan fuerte y profundo no puede quedarse solo en una comunidad: Momostenango ha «exportado» su práctica espiritual desde hace décadas, siglos probablemente, y muchas comunidades actuales tienen el «modo momosteco» del kojonik, aunque casi siempre combinado con sus propias prácticas locales[6]. Al final todos derivan y comparten los mismos fundamentos desde hace siglos, y además el kojonik tolera la diferencia, la variación, el disenso y la innovación local. Su vigor, actualidad y legitimidad derivan precisamente de ello.

Los ajq’ijab’, además, tienen un rol prominente dentro de la comunidad: no solo resuelven cuestiones espirituales o de salud, también tienen posiciones políticas y son líderes comunitarios como tales[7]. Incluso tienen un cargo de importancia comunitaria: el ilol rech tinimit, o guía del pueblo, un puesto vitalicio desempeñado por un ajq’ij elegido por sus pares a través de procedimientos rituales particulares y que es un «doble espiritual» del alcalde municipal pero que, además, desempeña el rol de guardián comunitario.

En 2018 se eligió al último de ellos, pero sabemos que han existido desde hace siglos, según una compilación realizada por ajq’ijab’ momostecos[8]. Es tal su posición dentro de la comunidad que incluso existe un local dentro de los portales comerciales y administrativos del centro de la cabecera, que es a la vez el altar «central» del pueblo, utilizado por el ilol.

Además, Momostenango se considera el único lugar en que todos los niveles y especializaciones de la espiritualidad maya están aún vigentes[9], y también el lugar culturalmente más conservador en toda el área maya y, probablemente, en Mesoamérica[10].

Pero, ¿y la influencia más allá de Momostenango?

Ya Manuel García Elgueta, un coronel ladino bastante sensible a la cultura y espiritualidad K’iche’, documentó a finales del siglo XIX la importancia de la celebración del 8 B’atz’. Indicaba que Momostenango lo visitaban por miles de personas y que los circuitos rituales incluían no solo los altares centrales en la cabecera momosteca, sino en montañas más alejadas y en pueblos circunvecinos[11]. Era un momento en que comunidades indígenas en toda Guatemala padecían el desarraigo de sus instituciones políticas y religiosas por parte de los gobiernos liberales. Goubaud Carrera, el prominente estudioso de la primera mitad del siglo XX, también documentó la celebración del 8 B’atz’ a mediados de la década de 1930, mencionando la centralidad de dichas prácticas en la vida momosteca y, de nuevo, la llegada de personas de otras comunidades a dicha fiesta[12].

Durante el período liberal sucedió algo interesante en Momostenango: tras una fallida rebelión en 1877, Rufino Barrios incorporó a los momostecos (ladinos, pero sobre todo K’iche’) como parte de su seguridad particular[13]. Ese rol, una especie de SAAS decimonónica, se institucionalizó a tal punto que los momostecos pasaron a ser los guardias personales de los dictadores liberales. Esto les dio ciertas prerrogativas: menor o nulo trabajo forzado en las fincas cafetaleras, servicio militar integrado al servicio comunitario rotativo, alfabetización e, indirectamente, crecimiento económico, licencias comerciales y, para efectos de este ensayo, el introducir el kojonik en las altas esferas del gobierno guatemalteco.

Manuel Estrada Cabrera, el dictador liberal que más duró en el poder (entre 1898 y 1920), era conocido por sus enemigos como «el brujo», y por algo específico: el Benemérito poseía su residencia particular en la finca La Palma (hoy parte de la zona 5 de la Ciudad de Guatemala), donde residía también un batallón de K’iche’ momostecos que le cuidaban. Pero además estos K’iche’ tenían varios «quemaderos» o altares ceremoniales en la propiedad, y se asume que Estrada Cabrera participó en algunas ceremonias, o buscó consejo con los ajq’ijab’ que trabajaban como soldados. La influencia fue tal que se asume que los triunfos militares contra El Salvador a inicios del siglo XX fueron gracias a la intermediación ritual de los ajq’ijab’ momostecos y sus soldados[14]. Se crea o no, lo cierto es que Estrada Cabrera recompensó a Momostenango con el servicio militar, en un momento en que era un importante mecanismo de ascenso social y protección comunitaria.

Décadas después, se mencionó que incluso el coronel Arana, uno de los héroes de la Revolución de 1944, consultó a ajq’ijab’ de Momostenango sobre si iba a ser presidente. El pronóstico fue que no, y que tendría una muerte violenta, un suceso que se confirmaría poco tiempo después[15]. El famoso coronel ladino momosteco Cifuentes también fue ajq’ij y respetado por los K’iche’ como un aliado durante el período liberal, según me comentaron con orgullo varios ajq’ijab’ momostecos. Y, después de todo, Chwa’ Palmita es todavía hoy un altar reconocido por los ajq’ijab’ de Momostenango, y llamada su energía como tal, aunque físicamente ya no exista en el área de la zona 5 capitalina.

Durante la segunda mitad del siglo XX es clara la influencia de la forma particular del kojonik momosteco en la conformación del Movimiento Maya. Ajq’ijab’ de otras partes, como Quetzaltenango, Zunil, Tecpán Guatemala, la misma Ciudad de Guatemala e incluso del área Ch’orti’ y extranjeros reconocen su deuda con los maestros ajq’ijab’ momostecos y la influencia que Momostenango y su comunidad han tenido como guías en la reconstitución ritual-espiritual en muchas comunidades en que, por diferentes procesos de desestructuración social (las fincas cafetaleras, la guerra civil, el terremoto, el cambio religioso, etc.) se ha perdido buena parte de sus prácticas espirituales y rituales propias.

La misma celebración del 8 B’atz’, profundamente momosteca, se ve hoy día como la fiesta por antonomasia de toda la espiritualidad maya o kojonik, y algunas veces hasta se equipara equívocamente con el «año nuevo» maya.

No toleres a tu prójimo, solo a ti mismo: ejemplos de intolerancia hacia el kojonik

Recuerdo bien mi primer contacto con el 8 B’atz’ en Momostenango. Fue en el año 2012, y al bajarme del vehículo alrededor de las cinco de la mañana pude ver, entre la penumbra del próximo amanecer, los grandes fuegos, el humo y los rezos en K’iche’ de cientos de personas en una pequeña elevación a un lado de la calle. Eran ajq’ijab’ (maestros y alumnos que recibían su cargo entonces) en los varios «quemaderos» del altar Ch’uti Sab’al (o Alaj Sab’al o Pasab’al, según a quien se le pregunte), en las estribaciones suaves del suroccidente de la cabecera de Santiago Momostenango, en el área del barrio Santa Isabel. La sensación de compenetración territorial, cultural y espiritual en Momostenango (donde se intercalan indistintamente viviendas, negocios, calles y altares ceremoniales K’iche’) se fundía con un ambiente de fiesta y fervor ritual: junto a los altares marimbas, tambores, chirimías o zarabandas, junto a las ventas de materiales ceremoniales que, en cierta manera, recordaban a las ventas de golosinas y juguetes de ferias patronales en otras comunidades. Precisamente la foto que acompaña este ensayo, y que tomé en el 8 B’atz’ de 2018, es un ejemplo de ello.

Junto a los omnipresentes «quemaderos» y altares rituales en todo Momostenango, existen las sedes de la Iglesia Católica, de pentecostales, evangélicos, protestantes, Testigos de Jehová, mormones y otras denominaciones.

En este ambiente pareciera que la tolerancia religiosa es la regla, y en general así es: muchos católicos, protestantes o de otras denominaciones son ajq’ijab’ o, al menos, les consultan cuando necesitan solucionar problemas en sus vidas, o preguntar por el destino de sus negocios o estudios, etc. Además, el papel político y comunitario del kojonik y los ajq’ijab’ como «cabezas» (representantes) de familias, linajes, cantones o del pueblo entero, hace que la espiritualidad maya en Momostenango sea algo fundamental e ineludible.

A pesar de ello han existido siempre ejemplos de intolerancia religiosa: en el siglo XIX hubo sacerdotes católicos amenazados o expulsados del pueblo por desafiar las prácticas rituales K’iche’[16], y en el siglo XX era evidente que las cofradías en el lugar no seguían el icónico papel que la antropología mesoamericanista les había asignado en la «jerarquía cívico-religiosa» de los poderes comunitarios[17].

Aun así, el hecho de que los K’iche’ momostecos estaban tan cercanos al poder político cuasi-caudillista guatemalteco, les permitió que las redadas de intolerancia religiosa cristiana no les afectaran cómo les sucedió a otras comunidades menos influyentes (por ejemplo, las Mam[18]).

Se sabe no obstante que, cada cierto tiempo, se dan ataques hacia los ajq’ijab’ y los «quemaderos» o altares. Algunos de estos ataques provienen de las mismas dinámicas del kojonik que se relacionan con conflictos entre cantones, familias o individuos, y no necesariamente son ejemplos de intolerancia religiosa. Sin embargo, son los menos: es muy raro que los mismos creyentes ataquen los fundamentos de sus prácticas. La mayoría de estos ataques son de personas ajenas a la espiritualidad maya o que, a pesar de tener algún tipo de participación en ella, ven como más importantes sus intereses económicos, políticos y personales. Ejemplos sobran: desde las destrucciones de material ritual y los ataques personales a los ajq’ijab’ por parte de miembros de Acción Católica décadas atrás[19], hasta el reciente asesinato del ajq’ij Q’eqchi’ de Petén, Domingo Choc Che el año recién pasado, es común escuchar cada cierto tiempo relatos sobre ataques a especialistas rituales o el daño de altares ceremoniales. Y Momostenango, a pesar de ser el centro de la espiritualidad maya contemporánea, no escapa de ello.

Al final de cuentas, el formar parte de un todo (Guatemala), en el que el racismo hacia los pueblos indígenas es moneda común, también les afecta. Hace unos años, por ejemplo, se supo de que había intentos municipales por apropiarse del Pak’lom, un altar ceremonial extenso con varios «quemaderos» familiares y comunitarios que se encuentra casi en el centro de la cabecera de Momostenango, a través del cobró de una tarifa de ingreso a los ajq’ijab’. Afortunadamente este proceso se logró anular, con el apoyo de ajq’ijab’, la comunidad, académicos y varios abogados.

Tiempo después se supo de un ataque que destruyó uno de los «quemaderos» dentro del mismo Pak’lom, un ataque llevado a cabo por personas externas a la comunidad y cuyas causas no se divulgaron. La resolución tampoco se divulgó, pero a diferencia del intento de cobro sí galvanizó a la comunidad entera en contra de los foráneos que atentaban contra su patrimonio espiritual.

El «quemadero» en cuestión, uno de los tantos en el Pak’lom, ya se restauró. En algunos otros casos los ataques son más por negligencia: la ampliación de un camino, la reparación de drenajes, y así.

En otros casos antiguos «quemaderos» abandonados por sus familias «llaman» en sueños o a través de otro tipo de señales a algunos ajq’ijab’, pidiendo ser «activados» o reutilizados, un indicador de las interrelaciones profundas entre territorio, espiritualidad (y sus energías) y especialistas. Esta profunda interrelación, además del sentimiento de pertenencia a una comunidad que envuelve a todos los ajq’ijab’ formados en Momostenango, y más allá, es lo que hace que la defensa de los lugares sagrados y su cuidado sean un trabajo colectivo y que implica entidades humanas y no-humanas.

El último caso conocido está sucediendo justamente ahora, e implica la destrucción de uno de los altares principales de la cabecera de Momostenango: Ch’uti Sab’al, Alaj Sab’al o Pasab’al son algunos de sus nombres. Este altar, que se encuentra en los inicios semirrurales del barrio Santa Isabel de la cabecera de Momostenango, forma parte del circuito de iniciación y renovación del cargo de ajq’ij en Momostenango, junto al ya mencionado Pak’lom, el Kokoch’ (frente a la iglesia de Santiago Apóstol, el antiguo cementerio), Nimasab’al, y otros que omito mencionar.

Para cualquier ajq’ij foráneo es un hecho que el Alaj Sab’al es un altar de primer orden en Momostenango. De allí que sorprenda que momostecos (autoridades y particulares) avalen y lleven a cabo la destrucción parcial de este altar, después de que incluso en años recientes reforzaron algunas de sus partes debido al riesgo de derrumbe de una sección, producto de la ampliación de un camino municipal.

Al igual que en el caso del intento de cobro en el Pak’lom, es probable que acá también exista algún tipo de pago de favores o, espero, desconocimiento temporal de la importancia del Alaj Sab’al para el pueblo momosteco, los ajq’ijab’ y la espiritualidad maya como un todo.

El fuego siempre habla

El Alaj Sab’al es el caso más reciente de una serie histórica de ataques y negligencias hacia los centros de práctica y comunicación del kojonik, y probablemente no sea el último. Espero que mi ensayo aporte en una mayor tolerancia, conocimiento y puesta en valor de las prácticas espirituales de los pueblos originarios, y que textos como éste acompañen luchas más amplias por el reconocimiento pleno de sus derechos y dignidad. La comunidad K’iche’ de Momostenango ha tenido que defender, a veces literalmente a sangre y fuego, y otras legalmente, la vigencia de sus prácticas espirituales K’iche’.

En un contexto que, desde el siglo XVI, le niega progresiva y sistemática el derecho a la autodeterminación, la vivencia de su cultura y la interacción en igualdad de condiciones a los pueblos originarios, el ejemplo de Momostenango y su espiritualidad es un recordatorio de que todas las historias son diferentes a pesar de sus puntos en común, y de que aun en condiciones de subordinación cotidianas es posible construir proyectos alternativos de política, cultura, comunidad y espiritualidad. Desde la práctica cotidiana de los ajq’ijab’ y su ejemplo de vida correcta, de guías de la comunidad, es posible pensar otros futuros de tolerancia, cuando menos, religiosa y ritual, donde la espiritualidad maya ya no sea vista como «brujería», «idolatría» o, peor aún, un problema para la estabilidad religiosa y política de una sociedad que, muchas veces, se ve a sí misma como homogénea, autoritaria y ahistórica.

Mientras todo esto sucede, los ajq’ijab’ de Momostenango, y su comunidad, siguen viviendo y reproduciendo su kojonik a diario, en todos los espacios. Con contradicciones probablemente, como toda acción humana en cualquier momento y lugar, pero con un horizonte común de búsqueda de reconocimiento de sus prácticas propias, de su derecho a vivir la espiritualidad maya, y de la dignidad que ello posee en sí mismo.

A la vez el ejemplo de Momostenango (no solo espiritual sino más allá) sigue siendo profundamente influyente para las demás sociedades mayas y mesoamericanas en general, y para todo aquel foráneo que esté auténticamente interesado en aprender sobre ellos o que, en otros casos, ha sido «llamado» por los abuelos, los cerros y los nawales a seguir el camino del fuego, el camino de los ajq’ijab’. Y el fuego nunca ha dejado de llamar, de hablar, y así seguirá siendo pase lo que pase.

 





Este ensayo está dedicado a tat José Sanic Chanchavac, colega y amigo ajq’ij K’iche’ de Momostenango, fallecido recientemente, y cuyo trabajo en torno al conocimiento y espiritualidad K’iche’ es central. Que su energía siga guiando y dando ejemplo para nuestras vidas desde el sagrado fuego.

[i] En este trabajo no pretendo revelar conocimientos especializados de los ajq’ijab’ o hablar en nombre de mis pares o los K’iche’ en general, sino solo señalar la profundidad histórica, los vínculos culturales y la vigencia y fuerza de las prácticas de la espiritualidad maya en Momostenango, prácticas y conocimientos que muchísimas personas agradecen, comparten y tratamos de vivir a diario de la forma más correcta posible. Me disculpo si he ofendido o no he sido suficientemente explícito o claro en algunos puntos sobre el papel de los ajq’ijab’ o en detalles sobre el kojonik, he buscado dar un bosquejo general de la espiritualidad maya, sus especialistas y sus lugares rituales. Más que un escrito final, este es un punto de partida, abierto al diálogo, y así debe ser toda discusión en torno a la espiritualidad maya.

Referencias
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[9] Tedlock 2002
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[11] García Elgueta 1897, Cap. 4
[12] Goubaud Carrera 1936
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[15] Carmack, 1995: 236
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[18] Hostnig y Vásquez, 1994: 65-67
[19] Hostnig y Vásquez, 1994: 65-67
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